Una de estas tardes, entraron. Eran dos, un chico moreno, muy alto y delgado. Otro rubio, más bajo y con unos músculos para quitar el hipo. Lo miré de arriba a abajo. Era guapísimo. Recuerdo que le dije a Laura: "mira que dos chicos acaban de entrar...". La verdad es que Laura y yo nos compenetrábamos bastante bien. No teníamos el mismo gusto para los chicos. A ella le gustaban los duros, castigadores, a mí los dulces y cariñosos. Nunca nos peleamos por un hombre hasta... bueno, ya lo contaré en otra ocasión. Y ese día tampoco. El chico alto se acercó a Laura, y le preguntó su nombre.
- Me llamo Laura, ¿y tú?
- Gonzalo.
Empezaron a hablar, y claro, el otro chico, me miró y me preguntó lo mismo. Se llamaba Bernardo. Lo único bueno de su nombre es que, después de tanto tiempo, no he conseguido olvidarlo. No podía apartar mis ojos de los suyos. Miré a Laura. Siempre fue más lanzada que yo. Estaba hablando con Gonzalo, sentados en uno de los bancos del bar. Así que no me quedaba otra opción que estar con aquel chico. Empecé a sudar, a temblar, a tartamudear.
Me dijo:
- Bailas muy bien.
- No, no lo hago.
Nunca, hasta ese día, había besado a un chico que acababa de conocer. Pero lo hice.
O mejor lo hizo. Y yo me dejé llevar. Me gustaba un montón, y pensé para mí, ¿por qué no? Laura ya estaba liada con Gonzalo. ¿Qué más da?
Estábamos de pie, uno frente a otro, y cogió de la cintura. Me acercó a él y me besó. Sus besos eran dulces, apasionados. Sentía escalofríos por todo el cuerpo.
Era tarde, y teníamos que volver a casa. Cosas de la edad. Nos despedimos, no sin antes quedar en el mismo sitio al día siguiente. Laura y yo nos fuimos, comentando cómo nos gustaban los dos chicos que acabábamos de conocer.
Al día siguiente volvimos a nuestro bar preferido. Yo estaba nerviosa, muy nerviosa, mirando a la puerta, para ver si aparecían o no. Y aparecieron. Nos besamos y cada pareja se fue por un camino. Recuerdo que nos fuimos a pasear, me llevó de un sitio para otro, a bailar, a estar juntos. Fue una tarde preciosa. Me pidió el teléfono y, me aseguró que al día siguiente, me iría a recoger al instituto.
Era lunes, y cuando salí de clase, allí estaba. No estaba solo, eso sí. Venía con un amigo, Paco, que tenía una cara de lo más simpática. Paco y yo volvimos a casa en metro. Estaba algo molesta, porque hubiera querido volver con Bernardo, no con este chaval que acababa de conocer. Él se dio cuenta, aunque usó todas las herramientas que se le ocurrió para conquistarme. Me dijo que no había conocido a nadie con una mirada como la mía, y que cuando cruzaba los brazos, me protegía del daño que pudieran hacerme. Todo un amor.
Cuando llegué a casa, Bernardo me llamó, y me preguntó qué me había parecido Paco. Le dije que era simpático, pero la verdad, sentí como si todo hubiera sido una encerrona para endiñarme al amigo incapaz de ligar por sí mismo. De hecho, días más tarde, Paco me dio una carta en la que declaraba que era una chica estupenda, y bla, bla, bla. Creo que todavía conservo la carta en algún sitio. De hecho, fue Paco el que recomendó a Bernardo regalarme un libro por mi cumpleaños.... sobre mi signo del zodíaco. Creo que nunca he puesto una cara más rara cuando he abierto un regalo. Ahora mismo, cuando estoy escribiendo esto, no puedo parar de reír.
Bernardo y yo quedábamos a menudo para dar un paseo y charlar. Una vez me recogió en casa, y me hizo andar desde Canillejas hasta Génova. Parándonos en los parques, besándonos en los bancos de la calle, toda una tarde para nosotros. Otra tarde lo recogí cuando salía de su clase de kick boxing. Cuando hacía abdominales, se le marcaba cada uno de los músculos del cuerpo. Qué nervios.
Y así pasó el tiempo, y uno de esos días, paseando por las calles, fue cuando me dijo que se estaba enamorando de mí. Esa frase me dejó helada, porque yo, por aquel entonces, ya estaba mucho más que enamorada de él. No sé por qué me lo dijo, o sí. Claro que sí. Lo había planeado bien, lo tenía más que planificado: la noche en que yo tenía previsto celebrar mi cumpleaños con mis amigos, quería acostarse conmigo.
Nunca llegó a proponérmelo, porque me negué a dejar de ser la mejor anfitriona posible en mi fiesta. A partir de ese día todo cambió. Escogí a mis amigos antes que a él, no me arrepiento, pero sé perfectamente que a Bernardo no le gustó nada. Cada día nos veíamos menos, nos llamábamos menos, hasta que un día, todo acabó.
Le dije que no esperase que siguiéramos siendo amigos, que yo me había enamorado como una loca, y que estaba muy, muy dolida. Ya no recuerdo si fueron dos o tres meses, la verdad es que no puedo decir que fuera una relación estable y duradera, pero todavía, de vez en cuando, me acuerdo de él.
Al día siguiente volvimos a nuestro bar preferido. Yo estaba nerviosa, muy nerviosa, mirando a la puerta, para ver si aparecían o no. Y aparecieron. Nos besamos y cada pareja se fue por un camino. Recuerdo que nos fuimos a pasear, me llevó de un sitio para otro, a bailar, a estar juntos. Fue una tarde preciosa. Me pidió el teléfono y, me aseguró que al día siguiente, me iría a recoger al instituto.
Era lunes, y cuando salí de clase, allí estaba. No estaba solo, eso sí. Venía con un amigo, Paco, que tenía una cara de lo más simpática. Paco y yo volvimos a casa en metro. Estaba algo molesta, porque hubiera querido volver con Bernardo, no con este chaval que acababa de conocer. Él se dio cuenta, aunque usó todas las herramientas que se le ocurrió para conquistarme. Me dijo que no había conocido a nadie con una mirada como la mía, y que cuando cruzaba los brazos, me protegía del daño que pudieran hacerme. Todo un amor.
Cuando llegué a casa, Bernardo me llamó, y me preguntó qué me había parecido Paco. Le dije que era simpático, pero la verdad, sentí como si todo hubiera sido una encerrona para endiñarme al amigo incapaz de ligar por sí mismo. De hecho, días más tarde, Paco me dio una carta en la que declaraba que era una chica estupenda, y bla, bla, bla. Creo que todavía conservo la carta en algún sitio. De hecho, fue Paco el que recomendó a Bernardo regalarme un libro por mi cumpleaños.... sobre mi signo del zodíaco. Creo que nunca he puesto una cara más rara cuando he abierto un regalo. Ahora mismo, cuando estoy escribiendo esto, no puedo parar de reír.
Bernardo y yo quedábamos a menudo para dar un paseo y charlar. Una vez me recogió en casa, y me hizo andar desde Canillejas hasta Génova. Parándonos en los parques, besándonos en los bancos de la calle, toda una tarde para nosotros. Otra tarde lo recogí cuando salía de su clase de kick boxing. Cuando hacía abdominales, se le marcaba cada uno de los músculos del cuerpo. Qué nervios.
Y así pasó el tiempo, y uno de esos días, paseando por las calles, fue cuando me dijo que se estaba enamorando de mí. Esa frase me dejó helada, porque yo, por aquel entonces, ya estaba mucho más que enamorada de él. No sé por qué me lo dijo, o sí. Claro que sí. Lo había planeado bien, lo tenía más que planificado: la noche en que yo tenía previsto celebrar mi cumpleaños con mis amigos, quería acostarse conmigo.
Nunca llegó a proponérmelo, porque me negué a dejar de ser la mejor anfitriona posible en mi fiesta. A partir de ese día todo cambió. Escogí a mis amigos antes que a él, no me arrepiento, pero sé perfectamente que a Bernardo no le gustó nada. Cada día nos veíamos menos, nos llamábamos menos, hasta que un día, todo acabó.
Le dije que no esperase que siguiéramos siendo amigos, que yo me había enamorado como una loca, y que estaba muy, muy dolida. Ya no recuerdo si fueron dos o tres meses, la verdad es que no puedo decir que fuera una relación estable y duradera, pero todavía, de vez en cuando, me acuerdo de él.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por tu aportación!