No me gusta mirar al pasado. Creo que las decisiones que tomé las tomé por alguna razón. Seguramente, ahora tomaría otra distinta, pero mis circustancias hoy no son las de ayer.
Por ejemplo, si estuviera enamorada de mi primo en tercer grado, francamente, me importaría un pimiento lo que opinase mi familia o la suya. Cuando tenía dieciséis años, la opinión de mi madre sí afectaba a mi comportamiento.
Cuando tenía dieciséis años me enamoré de mi primo. El hijo de mi prima segunda, ¿qué es mío? ¿Mi sobrino tercero? ¿Mi primo cuarto? Pierdo la cuenta de los parentescos. Pasábamos mucho tiempo juntos cuando éramos niños. Venía de vacaciones con nosotros. Era más pequeño que yo, y como siempre nos pasa a las niñas, yo desarrollé antes. Recuerdo que él quería jugar, y yo pensaba ya en otras cosas. Pasó el tiempo, y todo se fue igualando. Fue un verano, el de 1991, en la playa, donde todo sucedió.
Estábamos sentados en el sofá. Comencé a acariciar su brazo. Era tan suave. Me dijo: No, así no, así. Y me acarició él a mí. Sentí un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Lo miré y lo besé. Sin pensarlo. Y él me correspondió.
Dormíamos en la misma habitación, en dos camas separadas. Esa noche, cuando apagamos la luz, lo llamé. Se levantó y se acercó a mi cama. Se tumbó a mi lado y me besó. Nos besamos despacio, acariciándonos la piel, disfrutando cada segundo. Perdí la noción del tiempo. Todavía hoy recuerdo la maravillosa sensación de sentir por primera vez el cuerpo de un chico junto al mío. Nos quedamos dormidos juntos, y no recuerdo la hora de la noche a la que volvió a su cama.
Fue una semana maravillosa. No pensaba en nadie más, y quiero creer que él sólo pensaba en mí. Nunca nos dijimos nada. Nunca dijimos "me gustas", nunca dijimos "te quiero". Tan solo vivíamos el momento.
La semana pasó rápidamente, y volvimos a casa. Cada uno a su casa. Recuerdo cómo mi madre me encontró pensativa, mirando al techo, en mi habitación. ¿Cómo ocultar algo así a una madre? No pude hacerlo.
No me castigó, pero me dejó muy claro que debía olvidar todo lo que había pasado. Éramos primos (lo del grado de parentesco ni siquiera lo recordó) y lo que habíamos hecho estaba mal. Muy mal. Nunca supe si se lo contó a alguien o quedó entre nosotras.
Yo, con dieciséis años, no sabía qué hacer. Me gustaba mucho, pero tenía miedo de la reacción que pudieran tener nuestras familias.
Una tarde, volvió a casa. Como siempre, como si nada hubiera pasado. Pero algo había pasado, y los dos lo sabíamos. No sé cómo, pero los dos fuimos al servicio a la vez. Recuerdo que nos encerramos y me dijo: "dame un beso". Y respondí lo único que me dejó mi conciencia: "no".
A partir de ese día, nuestras vidas se distanciaron. Cada uno siguió su camino. No volví a verlo hasta muchos años después, en mi boda. Vino con su novia, guapísima. Nunca volvimos a hablar del tema. Aún hoy me digo a mi misma que quizá debiera volver a hablar con él, de lo que pasó, de lo que pudo pasar, de lo que no pasó.
A veces pienso qué hubiera sucedido si hubiera dejado mis prejuicios fuera de mi mente, y le hubiera besado. Seguramente yo no sería quien soy, ni él quien es. Pero hay algo que tengo claro, nunca olvidaré ese verano, nunca olvidaré sus besos, nunca olvidaré sus caricias y nunca olvidaré cuánto me gustaba.
Historias de preadolescencia, que lindas mariposas... Quizá seamos producto de cada una de esas decisiones. Deseo leer cosas nuevas. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias! En ello estamos...
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