Quiero escribir una historia, pero no sé qué escribir. Tengo mil ideas en la cabeza, príncipes, princesas, amor adolescente, sexo, deseo.
Siempre soy protagonista porque, en el fondo, sueño con vivir mi propia aventura, fuera de la vida cotidiana.
Y no es que mi vida no sea llena, no puedo pedir más. Pero sí lo pido. Quiero más, quiero vivir mi imaginación, mi mundo interior es demasiado extenso como para ignorarlo. Pero soy cobarde. Quiero la comodidad de mis días y mis noches, mi cama llena. No quiero renunciar a nada, y sigo queriendo más.
¿Cómo he llegado hasta aquí? No lo sé….
Empecé a salir con 15 años, a las discotecas y bares a los que nos dejaban pasar. En aquella época el límite de edad era 16 años, y todas nos maquillábamos en exceso para parecer mayores.
La pandilla de amigas era enorme, las amigas del colegio, las del instituto, las amigas del colegio de las amigas del instituto, las amigas del instituto de las amigas del colegio… éramos una de las pandillas más grandes que frecuentaba el barrio de Bilbao.
En noviembre cumplí los 16. Ya entraba “legalmente” en V&B, un local sórdido, pequeño y horroroso en el que sabíamos cuando entrábamos, pero no cuándo salíamos. No recuerdo a toda la gente de aquella época, hace mucho tiempo. Veo las fotos y me cuesta pronunciar el nombre de algunas chicas. Pasaron por mi vida y se fueron. Muy pocas se quedaron. Sólo una se quedó para siempre.
No era una belleza, pero tampoco era fea. Siempre creí que eran otras las que tenían éxito entre los chicos. Yo nunca fui muy exigente, siempre fui algo extraña en gustos. Quizá lo sigo siendo.
Conocimos a muchos niños en aquellos días. Recuerdo en particular un grupo de chavales. Bueno, la verdad es que conservo una foto con ellos, así que no tiene mérito recordar.
¿David? Sí, David, alto, delgado y con unos ojos azules que dejaban muerta a cualquiera.
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